El largometraje está ambientado a finales del siglo
XIX. Nuestros dos protagonistas son encomendados a cuidar un faro en una remota
isla de Nueva Inglaterra durante cuatro semanas, sin embargo, su labor no será
tan fácil como ellos creían.
Con un bellísimo uso del lenguaje cinematográfico,
Robert Eggers nos transporta a aquella isla olvidada y asilada del mundo, donde
por una hora con cincuenta minutos jugará con nuestras emociones al igual que
lo hace con sus personajes.
Siendo un thriller psicológico más que una cinta de
terror, el ritmo de la película es medianamente lento pero esto no es sinónimo
de aburrimiento. La construcción que hace de la trama es la precisa para
desarrollar la psicología de sus personajes y podamos entender (o tratar de
entender) el por qué de sus acciones.
Desde los primeros cuadros podremos encontrar la
atmósfera que envolverá el film, siendo de las cosas en las que más peso tiene
la película, al igual que el diseño sonoro y la sublime fotografía, sin olvidar
las estupendas interpretaciones de sus dos protagonistas. En pocas palabras,
está película hace todo bien a mi parecer, aunque no debemos olvidar que no hay
película perfecta.
Hablemos brevemente de sus departamentos. Empecemos
por la fotografía: El aspecto de la imagen (1.19:1), sirve como recurso
cinematográfico, siendo utilizado para que sintamos esa claustrofobia que viven
los protagonistas. El director, al usar el blanco y negro así como el granulado
en la imagen, trata de emular esas películas antañas, jugando también con la
creación de un entorno envolvente y opresor; sin lugar a dudas cada fotograma
bien podría ser un cuadro con una belleza terrorífica.
El diseño sonoro es la representación de lo
sobrenatural, causando incertidumbre de quién produce tales sonidos y de dónde
salen, además de que nos toman de la mano para acompañar al desquiciado mundo
en el que estamos inmersos.
Sin lugar a dudas las actuaciones de Willem Dafoe y
Robert Pattinson son apabullantemente buenas. Ambos encarnan a la perfección lo
que aflige a sus personajes, escenificando grandes interpretaciones dignas de
recordar, haciendo que, al igual que ellos, nosotros como espectadores
empecemos este viaje de ascenso a la demencia y al punto de no retorno. A la
par, lo que permite que sintamos esto es la escenografía, la cual se va
deformado al mismo paso que los dos fareros, creando una simbiosis que puede
pasar desapercibida pero que es digna de comentar.
El film sin lugar a dudas tiene diferentes
lecturas, pero hace evidente los temas que aborda: cómo el aislamiento de la
sociedad y de uno mismo puede desencadenar muchos de nuestros instintos más
primitivos, orillándonos a tomar acciones que quizá regularmente no pasen por
nuestra cabeza. La lucha de poder y nuestra sed por saber todo, aunque esto a
veces juegue en nuestra contra. El cómo nos desenvolvemos en nuestro entorno
dependiendo de las circunstancias sociales y geográficas. Nuestros intentos por
escapar de nuestro pasado pero a final de cuentas no podemos dejar atrás
nuestros actos, los cuales nos acompañarán hasta que la luz se extinga o nos
carcoma.
Me gustaría extender mi fascinación por la
secuencia final cargada de emoción que no te dará tregua hasta que aparezcan
los créditos. Es verdaderamente impactante.
Con un misticismo hermoso, Robert Eggers juega con
nosotros haciéndonos elaborar teorías de qué es cierto y qué no pero creo
que lo hermoso y único de esta película radica en no buscarle un sentido a
todo, porque no todo tiene una respuesta en este mundo.
Él busca sumergirnos en esas olas blancas
saladas donde fácilmente podríamos perdernos y ser olvidados hasta por el
mismísimo mar. Sólo únete a estos dos fareros en su guardia y desenmascara lo
que esta isla oculta, lo que ellos ocultan y callan, sé parte de sus temores y
deja que la locura ocupe en lugar en ti hasta sus últimas consecuencias.
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